28 de octubre de 2011

Recordando la Marcha sobre Roma



El espíritu y sacrificio de disciplina que rigió toda la acción del Partido Fascista salió, en verdad, airosa en la prueba decisiva de los acontecimientos acaecidos entre los días 27, 28 y 29 de octubre de 1922. Para comprender bien los movimientos registrados durante los años de post-guerra, hay que remontarse a las dos últimas décadas. En ese lapso los gabinetes que vinieron sucediéndose hicieron paulatinamente concesiones a los elementos radicales, especialmente durante la guerra, cuando se prometió a los hombres que luchaban en las trincheras que al regreso a sus hogares se hallarian con un programa de mejoras sociales, entre los que figuraba la libre distribución de la tierra y otras mejoras que favorecian enormemente a la clase pobre y trabajadora. Pero terminó la guerra y el programa prometido no se cumplió en todas sus partes, lo que provocó el descontento de esta gente que vio en esos momentos como única solución el movimiento socialista y extremista. Fue así como el Partido Socialista en las elecciones de 1919 logró sacar triunfante a un crecido número de sus candidatos a diputados. A este triunfo electoral socialista siguió el movimiento, francamente subversivo, de los elementos extremistas, quienes procedieron a la ocupación de fábricas. Siempre contando con el apoyo de los descontentos, el aparato subversivo continuó realizando su obra a un extremo tal, que el nacionalismo creyó llegado el momento de reaccionar para salvar al país de una hecatombe.

Fue de esta forma que un grupo de ex-combatientes se reunió alrededor de Benito Mussolini, emprendiendo una activa y enérgica campaña. El contingente inicial que no excedería de 60 hombres y que había nacido en la ciudad de Milan en 1919, vio poco a poco engrosar sus filas hasta que un año despues, siendo ya bastante elevado su número, se lanzó a una franca lucha contra los elementos extremistas y antipatriotas.

Los fascistas se vieron obligados a proceder enérgicamente y aun a perturbar el orden formal con objeto precisamente de llegar al restablecimiento completo del orden real y a salvar al país de una revolución marxista y de una completa ruina.

El movimiento fascista culminó en la acción desarrollada entre los dias 27 y 29 de octubre, con su revolución pacífica, ordenada y sin derramamientos de sangre. Por todo ello las viejas clases que habian gobernado al país hasta esa fecha, comprendieron que había llegado el momento de dejar el camino expedito a las fuerzas jóvenes. El Fascismo se propuso, segun manifestaron siempre sus dirigentes: adoptar enérgicas medidas para balancear el presupuesto nacional cortando por completo todos aquellos gastos innecesarios.

Aquella mañana del 27 de octubre de 1922 se conoce, la hasta entonces secreta, movilización de los fascistas. Queda constituído el Cuartel General en Perugia y los preparativos siguen su curso. Al día siguiente, los habitantes de Milán despiertan para enterarse que, durante la noche, todos los edificios de la ciudad, que despiertan cierta importancia, han sido disciplinadamente tomados. La red ferroviaria del Norte de Italia tambien se encuentra controlada. Mussolini, sin embargo, no se precipita. Hace silencio y espera. Se sienta en su mesa de trabajo y se prepara. Negocia, telefonea y da sus ordenes. El ambiente es de tensión y de nerviosismo. Pero nadie pierde la cabeza.

Afuera, en las calles, más de 50.000 hombres se han puesto en marcha. No es un ejército regular. No hay uniformes ni armas homogéneas diseñadas. Sólo hay una consigna: "Roma o muerte!". Y ya no se puede retroceder. El gobierno, en un último y desesperado intento por detener la avalancha proclama el estado de sitio. Pero el rey se niega a firmar el decreto, aun a pesar de que Roma ya ha sido cubierta con barricadas, alambradas de pua y otros obstáculos. La reacción ya no tiene sentido. La contrarevolución está ya tan acorralada que ha perdido la batalla sin librarla. Al conocerse la decisión del rey, en las filas fascistas resuena un grito: "Roma es nuestra!". Y la marcha se hace indetenible.

En la redacción del Popolo d'Italia la actividad es febril. Y las ediciones especiales salen una detras de la otra. Finalmente el 29 de octubre de 1922 suena el teléfono. Se acabaron las "combinaciones" que aun se intentaban. El viejo régimen está agotado. Y el rey ofrece directamente a Mussolini la tarea de formar nuevo gobierno. Es la rendición incondicional del inepto régimen demoliberal. Y es, también, la victoria incuestionable del Duce.

Ni aun en este umbral de una victoria total, pierde Mussolini el control de sus decisiones. Con precisión dicta los titulares para la próxima edición. Ordena que se apronte un tren para viajar a Roma: "Viajaré a las tres...no, a las ocho. Un tren especial costaría demasiado". Y al Jefe de Estación de Milán le recomienda: "Saldré a las ocho en punto, de acuerdo al horario establecido. De hoy en más, todo tiene que funcionar a la perfección como un reloj". Y ese es el comienzo. Así de simple. Desde ese día, la puntualidad de los trenes italianos, bajo el fascismo, se hará proverbial. El jefe de la Revolución, al dar su primer orden como Jefe de Estado se ha limitado a exigir tres cosas: orden, disciplina y eficiencia.

En Roma, mientras tanto los fascistas han comenzado a llegar desde el día 28. Pero, fuera de algunas escaramuzas intrascendentes, con algunos minúsculos grupos comunistas, la paz general se ha mantenido. Los propios fascistas romanos ganan la calle y las banderas rojas desaparecen como por arte de magia. Roma está preparada para cuando Mussolini llegue.

La seriedad del momento no admite grandes festividades. Pero Mussolini no puede evitar que la columna fascista, cada vez más numerosa, estallen en júbilo saludando al jefe de la Revolución. Estas columnas llenan ya las calles de la antigua Roma. Estas Legiones, Cohortes y Centurias se han adueñado de la Ciudad Eterna, al igual que sus gloriosos antepasados. Pero todo se mantiene bajo control. El pueblo italiano ha asistido a un fenómeno que se hará constante en el surgimiento de los nacionalismos revolucionarios. Una auténtica revolución, profunda y amplia, sin el derramemiento de sangre inocente.

El 30 de octubre de 1922 la Marcha sobre Roma culmina en una gran victoria popular. Sin embargo, ni aun en el pináculo del exito y del triunfo la ocasión es utilizada para venganzas. El primer gabinete fascista nombrado por Mussolini es, en realidad, un gabinete de coalición. No hay revanchismos inútiles. Sólo hay la firme determinación de un gran hombre que sella la jornada diciendo: "He creado el primer Gobierno Nacional; con él construiré una Nación".

Durante 23 largos, azarosos y dramáticos años, el artífice de aquella hermosa victoria de Octubre del 22 cumplió con su palabra. Benito Mussolini, el Hombre que nunca se dio por vencido, nunca se cansó de insistir que : "El fascismo es un punto de partida y no un punto de llegada".

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