18 de abril de 2008

KHAM


En estos días se pueden observar en las televisiones las imágenes de anónimos corredores portando la llama olímpica, que realiza un dilatado periplo internacional como parte de la liturgia protocolaria propia de los Juegos.

Una llama envuelta en el velo de la vergüenza y de la infamia, que mira de soslayo para no ver de frente como los supuestos principios inalienables y los elevados argumentos morales que se esgrimen habitualmente en otras ocasiones se pliegan ahora, de forma interesada e hipócrita, ante el régimen tecno-comunista de la República Popular China, parapetado tras el empalagoso y edulcorado discurso olímpico. Mientras, multitud de exiliados tibetanos y activistas solidarios persisten en su empeño de boicotear los actos.


Sin embargo, el origen de la llama que prendió la rebelión tibetana, cuyas consecuencias sólo vislumbramos fugazmente en la actualidad, se pierde mucho tiempo atrás en unas apartadas tierras de las planicies de Asia Central. Esta es la historia de un pueblo y un país olvidado, al que estas breves líneas brindan un humilde homenaje.


En el cuadrante sudoriental de la extensa meseta del Tíbet, inmediatamente al norte de la Birmania más recóndita y de las húmedas tierras de Assam regadas por los afluentes del Brahmaputra, se encuentra un ignoto país llamado Kham.


Por su particular personalidad, Kham constituye una de las tres entidades tradicionales que históricamente componen el Gran Tíbet, mucho más amplio que el territorio circunscrito a los encorsetados límites administrativos del actual Terriorio Autómono de Tíbet, impuestos por las autoridades chinas.


Con unos contornos un tanto difusos y no completamente definidos, el territorio de Kham, con una superficie aproximadamente 600.000 km2, presenta una forma sensiblemente rectangular. Al norte del mismo, buscando los confines de las remotas estepas mongolas, se extiende el vasto e inhóspito Amdo, otra de las singulares entidades históricas tibetanas, tierra natal del actual Dalai Lama y donde se encuentra Khum-Bum, el mayor monasterio del Tíbet oriental. Al oeste de Kham se encuentra el Tíbet propiamente dicho, recostado sobre la altiplanicie que se extiende tras el Himalaya.


Kham está ampliamente drenado de norte a sur por las corrientes de varios grandes ríos: el Salween, el Mekong, el Yangtsé, entre otros, cada uno de los cuales a su paso acoge luego en sus riberas a numerosos pueblos y civilizaciones.


Históricamente, el Gran Tíbet, incluyendo el Kham y Amdo, nunca ha formado una unidad política. Virtualmente independiente hasta bien entrado el siglo veinte, la parte Oriental quedó progresivamente sometida a la férula china y tutelada más o menos nominalmente. Sus territorios fueron así segregados e integrados administrativamente, con sus fragmentos incorporados a varias provincias chinas limítrofes, dotadas de poéticos y sugerentes nombres: el Yunnan (el Sur Nuboso), Szechwan (las Cuatro Corrientes) y el inmenso Tsinghai (el Lago Azul). Este último engloba casi todo el Amdo, hasta llegar a los extensos territorios desérticos del Turquestán Chino (hoy Sinkiang-Uighur), en el extremo occidental.


Todos estos territorios están pobladas por numerosas y variadas minorías étnicas (y religiosas), muy diferentes de la etnia han, predominante en China, a las que progresivamente el régimen comunista está sometiendo sistemáticamente a un proceso de colonización y disolución cultural, con el fomento de la inmigración de población han procedente del Este.


Estas vicisitudes históricas han hecho que el país de Kham haya visto rota su unidad, dividido artificialmente en dos mitades, ambas separadas por el Yangtsé, con su parte oriental amputada y anexionada fragmentariamente a las provincias chinas periféricas, mientras la parte occidental permanece integrada en la región del Tíbet.


Pero lo que realmente proporciona la peculiar identidad a Kham, más allá de la orografía y los accidentes geográficos, es su población nativa original.


Los khambas, o khampas, de porte orgulloso y distinguido, que incluso poseen rasgos étnicos diferenciados, son tradicionalmente grandes jinetes y guerreros, así como también comerciantes, cuya reputación les distingue del resto de los tibetanos. En su memoria atávica colectiva figura en un lugar primordial un personaje: el gran rey y conquistador Song-tsen Gampo, antiquísimo émulo de Gengis Kán o Tamerlán en la forja de un vasto imperio, pero tan desconocido como el propio Kham.


Hasta la invasión comunista china en los años cincuenta, Kham era un estado feudal. La relación entre nobles, monjes y súbditos era materializado a través de un vínculo de sumisión, con la particularidad de que no era de servidumbre sino vehicular.


Religiosamente, los khambas practican el budismo y algunos la ancestral religión bon, aceptando al Dalai-Lama como cabeza político-religiosa.


Por algo el país de Kham fue el corazón de la rebelión tibetana de 1959, siendo khambas quienes encabezaron y protagonizaron la sublevación anti-china a finales de los cincuenta, prosiguiendo durante muchos años la resistencia desde el exterior. Organizados posteriormente en el secreto Ejército Voluntario de Defensa Nacional, sus guerrillas actuaban desde bases en Nepal e India, cuyo rastro de su actividad clandestina se pierde oculto en los archivos de la inteligencia norteamericana.


Hoy se desconoce el número de khambas, que nunca fue elevado dada la baja densidad del territorio, apenas unos cientos de miles, lo que se acentúa debido al estado latente de conflicto interno y al flujo del exilio asentado en la India.


Es la China comunista la responsable del silencioso genocidio étnico y cultural en la planicie tibetana, en las montañas, desiertos y mesetas del Asia central. El régimen para el que no habrá Nurembergs ni Tribunales Penales de La Haya. Ni enérgicas condenas más allá de la mera retórica autocomplaciente. Ni indignadas protestas de los adalides de la corrección política. Todo justificado en favor de los saldos de exportaciones favorables, los balances contables positivos y los rentables índices inversores… en el mayor mercado del mundo. Y en la mayor dictadura.


Hecho por "El Bígaro"

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