29 de julio de 2009

Una mirada desde Gran Bretaña. Cuando la máquina rechina

Aún queda un poso en la atmósfera. Incluso en estos días, por el rabillo del ojo se puede intuir la estela de humo de férreas máquinas de vapor, el tintineo mecánico de las fábricas y el bullicio de lluviosos puertos con las más diversas mercancías. Se trata de Gran Bretaña, pero hoy quedan lejos los días de dominación y casacas rojas. La antigua máquina (que nunca tuvo mucho contenido) rechina.

Año 2006, Gran Bretaña se halla en medio del gran engranaje de la economía mundial. El motor de este engranaje, en su frenético movimiento de bujías y pistones necesita gasolina. Pero el oro negro de nuestro tiempo no está en profundos pozos bajo desiertos, está compuesto de cuerpos… y de espíritus. ¿Inquietante? Por lo menos.

Desde que Adán mordió la manzana no son en absolutos novedosos algunos términos como trabajo, explotación o dominación. Sudor y sangre han sido y serán la materia prima básica para la evolución humana, pero… ¿los espíritus?

En un mundo reducido a materia por ideologías tan contrapuestas como similares y complementarias como lo son el comunismo y el capitalismo, la trituración del espíritu tanto de las personas como de los pueblos es un elemento básico de lucro. Esto es una pauta común en medio mundo y Occidente entero, pero se puede ver especialmente bien en Gran Bretaña.

¿Porqué Gran Bretaña? Porque difícilmente podemos encontrar un país que se haya movido más dentro de esta corriente (es cierto que podríamos considerar a EEUU u Holanda), pero también porque en esta isla los contrastes son mucho mayores.

En mi opinión, hay un factor principal que hace que los contrastes sean tan significativos en G.B, y este es el de Nacionalismo - Identidad –Tradición.

En este punto me refiero a las diferentes vertientes pseudo nacionalistas e identitarias que podemos encontrar en los diferentes puntos del Reino Unido, desde el sentimiento englobador “Britano” vs Continente, el nacionalismo Inglés, el nacionalismo-separatismo escocés o galés fente al invasor Sajón, o la lucha Norirlandesa entre católicos-irlandeses y protestantes-unionistas que tiñe de sangre las calles de Belfast o las gradas de fútbol en los partidos Celtics-Rangers… etc etc etc.

Todos estos productos de la voluntad de una cultura, valores de sobrevivir en unos casos o prevalecer en otros y de preservar cierta identidad que en buena medida marca la imagen que a menudo se tiene de Gran Bretaña como un país celosamente guardián de sus tradiciones en seguida se vienen abajo como un castillo de naipes al descubrir cuan podridos están sus cimientos.

Sólo hace falta darse una vuelta por las calles y conocer minimamente la idiosincrasia local. Si William Wallace levantara cabeza (casualmente amputada), y viera a sus compatriotas del Partido Nacionalista Escocés mimando y creando su caladero de votos en los barrios hindúes y paquistaníes de Glasgow, posiblemente se preguntaría que diablos está pasando aquí.
El multiculturalismo británico supongo… sin duda alguna un ejemplo entre muchos de la trituración del espíritu colectivo de un pueblo a manos de una ¿necesidad? económica como lo es el importar ingentes cantidades de mano de obra barata.

Por otro lado encontramos la monarquía, esa monarquía cabeza de una iglesia creada por el enésimo capricho de un rey que todo inglés debe adorar como buen súbdito cae aún más en el descrédito ante el espejo de las revistas del corazón (un producto de consumo en auge e inestimable valor cultural, por supuesto). Good safe the Queen…

En la misma línea, la lucha de religión cae en el más tremendo absurdo al darse cuenta de que hay más iglesias usadas como pubs y museos que como Iglesias propiamente dichas. De todos modos, pensando por que criterio moral se creó aquella nueva iglesia llamada Anglicana tampoco es de extrañar.

Estos aspectos más fácilmente visibles en G.B por ese componente de conflicto de identidad son en buena medida comunes en todo Occidente y está asentado, como es obvio en una crisis de valores muy fuerte. La gran depresión de nuestro tiempo no viene de ninguna crisis económica, viene de una profunda crisis espiritual edulcorada a base de antidepresivos de diversa índole.

Las consecuencias sociales son fácilmente palpables. Fuerte consumo de drogas, alcoholismo, mayor delincuencia, incremento de abortos y enfermedades de transmisión sexual y un largo etcétera que deja un rastro de rostros desencajados por la calle.

En su febril búsqueda del máximo beneficio, los intereses de la economía están minando los cimientos de cualquier estructura que suponga cualquier barrera hasta derrumbarlos. Religión, familia, ética, identidad, justicia… cada uno tiene su aspecto incómodo a la hora de meter más en el saco.

Al igual que cuando los inmigrantes de zonas rurales llegaban a las ciudades industriales, todo este desmembramiento de la estructura de cohesión social hace a todos los ciudadanos y trabajadores más débiles, más indefensos, y eso se traduce en precariedad al alza en todos los aspectos. Pero hay una diferencia con aquellos tiempos, y es que ha quedado demostrado que las izquierdas, los partidos llamados socialistas, laboristas etc. son parte increíblemente activa en este proceso de destrucción de las estructuras sociales, de la identidad, y de degradación de las condiciones del trabajador.

Así pues, no es de extrañar que el voto a partidos como el BNP esté incrementando en las áreas y municipios de componente obrero nativo. No obstante el gobierno ya está trabajando para suprimir tal opción política y así satisfacer a aquellos que gritan muerte a Occidente en pleno Londres en manifestaciones Islámicas. Supuestamente así se trabaja por la tolerancia. Eso debe ser lo del multiculturalismo.

No se trata de promover la “econofobia” y volver a las cavernas, se trata de poner una medida de racionalidad donde no la hay. No tiene sentido echar más gasolina al motor sin saber ni en donde estamos ni nuestro destino. Ha caído la noche en Gran Bretaña, pero también en Europa y una mano ajena e invisible maneja el timón. Podemos recuperarlo. Merece la pena levantar la vista al cielo. El norte sigue anclado entre las estrellas.

Kulikovo. Radix 3, 2006.

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