Un texto como este (calificado por unos como "monumento capital en la historia de la utopía" y por otros como "constitución prefascista") despertó el entusiasmo de los dannunzianos incondicionales como Keller. En un texto donde comentaba la Carta, el líder del grupo "Yoga" y comandante de "La Disperata" escribía que la tarea del Estado moderno era la de volver a dar significado al trabajo, degradado desde el comienzo de la Revolución Industrial, al hacerlo mecánico y repetitivo, rebajando al hombre de creador a herramienta. El trabajo debía ser valorado y honrado: "El trabajo –escribía Keller- será un placer, una de las necesidades humanas". Se comprende así mejor la algo críptica frase "Fatica senza fatica" (que podríamos ahora traducir como "trabajo sin esfuerzo"). Ledeen toma de nuevo la palabra: "Situar al trabajo como realización de las energías creadoras del hombre, tal fue el objetivo de la Regencia. La estructura corporativa que De Ambris ideó para el nuevo Estado estaba destinada a dar a cada hombre el máximo posible de participación en el mundo de su trabajo (...) Además, la Carta garantizaba una vasta gama de servicios y derechos tendentes a hacer más digna así la vida del trabajador". Pero la dignificación del trabajo (presentado como hace Ernst Jünger en "Der Arbeiter" [El Trabajador] como héroe de los tiempos modernos) no era sino un peldaño hacia la aparición del hombre superior que D´Annunzio, uno de los mayores nietzscheanos de Italia, soñó siempre:
"He querido –declararía el Comandante años más tarde- establecer un equilibrio entre las dos tendencias fundamentales del hombre: la sed de libertad y la necesidad de asociación, porque sin ella no existiría la sociedad".
"He querido –declararía el Comandante años más tarde- establecer un equilibrio entre las dos tendencias fundamentales del hombre: la sed de libertad y la necesidad de asociación, porque sin ella no existiría la sociedad".
De la fascinante historia de Gabriele D´Anuncio en Fiume, de Carlos Caballero
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