21 de junio de 2009

El ataque a San Luis de los Ylinoises (en el lugar que actualmente se conoce como San Luis de Misuri)


Prólogo

La llamada guerra Franco-India había despojado definitivamente a la corona francesa de sus posesiones en la América del Norte. Con la paz de 1763, como parte de los nuevos territorios adquiridos por los británicos tras el conflicto, éstos habían tomado el control de todos los puestos y establecimientos franceses en la zona de los Grandes Lagos y al Este del Misisipi.

España, ligada a Francia en la derrota por los Pactos de Familia, recibía de ésta los extensos territorios de La Luisiana a modo de “compensación”, ante la incapacidad francesa de conservarla frente a los británicos. Heredaba así España la administración y responsabilidad de defensa sobre una colonia inmensa y escasamente habitada situada al oeste del Misisipi, cuyos imprecisos límites al Norte y Oeste se perdían indefinidos en las grandes praderas.

La nueva provincia incorporada al Imperio contaba con unos 35.000 habitantes y una población colonial mayoritariamente de origen francés, desperdigada por distintos asentamientos situados fundamentalmente a lo largo del curso del gran río Misisipi, verdadera arteria de comunicación y penetración en el territorio. Aunque el gobierno de la colonia se hallaba en la ciudad de Nueva Orleáns, la gran extensión de la provincia motivaba que el vasto interior continental que comprendía la parte septentrional del territorio, la Alta Luisiana, estuviese bajo la autoridad de un Teniente Gobernador, con capital en el puesto de San Luis de los Ylinoises, o Ylinueses, situado junto a la desembocadura del Misuri. Supeditado al Gobernador General y designado por éste, el comandante de San Luis ejercía su jurisdicción sobre un territorio inmenso, de límites inciertos y poco explorado, tan alejado de la capital de la provincia que prácticamente constituía una entidad separada entregada a sus propias vicisitudes.

Aunque en 1767 ya llegase a San Luís el anuncio de que España tomaba posesión de la Luisiana, no fue hasta el siguiente año, el 11 agosto de 1768, cuando el capitán Francisco Rui tomaba posesión formal de la soberanía sobre Alta Luisiana, con un solemne acto celebrado en el puesto. Inicialmente, los españoles acometieron de inmediato la construcción en sus proximidades del fuerte Don Carlos, emplazado en la ribera sur del Misuri en su encuentro con el Misisipi, con una guarnición de 7 soldados, más otros 27 adicionales llegados al propio San Luís.

La insurrección había prendido ya hacía algunos años en el territorio de las trece colonias británicas de la costa atlántica y España se involucró por fin abiertamente en el conflicto en 1779, aunque desde algún tiempo atrás venía proporcionando apoyo encubierto a los insurrectos americanos, de entre otras maneras, manteniendo abiertas las rutas de suministros a las fuerzas del general George Rogers Clark a través del Misisipi.

En tales fechas desempeñaba el cargo de Teniente Gobernador de la Alta Luisiana el capitán Fernando de Leyba, oficial del Regimiento de Infantería de Luisiana, con el teniente Francisco de Cartabona como segundo. En aquel puesto fronterizo situado junto al Misisipi le correspondería al primero el hacer honor a la estirpe de su apellido, emulando a D. Antonio de Leyba durante las gloriosas jornadas de 1524 en la plaza italiana de Pavía.

San Luis se apresta a la defensa

Ya declarada la guerra con los británicos, entrado el año 1780 se abandona el asentamiento del Fuerte Don Carlos debido a lo expuesto y vulnerable que resultaba el mismo. Apremiados por la amenaza de un ataque inglés, en abril comienzan los trabajos de fortificación en San Luis, incluyendo la construcción de un nuevo bastión en forma de torreón de piedra con planta circular, el “Fuerte San Carlos”.

El capitán Leyba se ocupó por entonces de organizar la defensa del puesto en la mejor manera que permitían los medios disponibles.

La población contaba con fortificaciones que se extendían alrededor de una milla, con trincheras perimetrales. El contorno de la ciudad estaba rodeado por una empalizada, excepto en la parte junto al río, en que no era necesaria. Disponía de 5 medias lunas en que sobresalen de su contorno constituyendo baluartes o parapetos donde asentar piezas de artillería. En un extremo del asentamiento se levantó un atalaya de madera, abarcando su vista. En el bastión de mampostería que constituía el Fuerte San Carlos, con su silueta descollando sobre el conjunto, se disponía de tres cañones para proyectiles de 4 libras y dos de 6 libras. Esta artillería se cargaba con metralla, dominando los alrededores del fuerte.

Desde Nueva Orleáns se habían atendido las demandas para la defensa de San Luis, de manera que se había reforzado previsoramente el puesto con efectivos regulares y la incorporación de la milicia del establecimiento más cercano, Santa Genoveva, situado curso abajo del Misisipi, e incluso se había requerido para la defensa a los tramperos afincados en el alejado territorio del río Cuivre, al norte de San Luis.

La milicia local alcanzaba la cifra de los 168 hombres, casi todos de ascendencia francesa y divididos en dos compañías, a los que se añadían los 34 soldados españoles de la guarnición. Los defensores ascendían en total a un número que oscila entre 300 y 400, incluidos algunos esclavos. (Según el intendente Martín Navarro, las defensas eran sostenidas y manejadas por 29 soldados veteranos y 281 paisanos).

Las fuerzas enemigas: La preparación del ataque inglés.

Como operación de distracción y en represalia por las operaciones españolas junto al Golfo de México en la Florida Occidental, los británicos deciden llevar las hostilidades al curso alto del Misisipi, organizando una fuerza para atacar el puesto cabecera de las posesiones españolas.

La fuerza británica se concentra en el antiguo puesto comercial francés de Prarie du Chien, establecimiento ubicado en la desembocadura del Wisconsin. Fundado como factoría para el comercio peletero y lugar habitual de reunión de las tropas británicas con sus aliados indios, allí se da cita una importante fuerza combinada aprestada para internarse en los dominios españoles. El núcleo lo constituye un contingente de tropas regulares británicas, con una cifra de aproximadamente 300 hombres procedentes del Canadá, a los que se añade un nutrido elenco de efectivos indios, aportados por distintas tribus de las praderas tuteladas o persuadidas por los británicos.

Las crónicas citan a doscientos siux santis, una partida de chippewas, un gran grupo de siux winnebagos y menominis, unos doscientos cincuenta guerreros sacs y foxes, (estos últimos tradicionalmente enemistados con los franceses, que los llamaban renards, zorros), así como pequeños grupos de media docena de otras tribus de las praderas.
En total una fuerza elevada a un número de entre 900 y 1.200 efectivos, según las fuentes.

El 2 de mayo el cuerpo expedicionario se pone en marcha hacia el sur al mando del oficial británico Emmanuel Hesse, partiendo desde la citada base en el Wisconsin.

Mientras la fuerza principal británica continúa para atacar a San Luis desde el norte, una partida de unos 300 indios, guiados por un antiguo sanluisiano de origen francés al servicio británico, Jean Marie Ducharme, se desgajaba del grupo principal desviándose hacia el Este para atacar el poblado de Cahokia, en la orilla oriental del Misisipi, en el territorio del Illinois controlado por fuerzas de los insurrectos revolucionarios americanos al mando del general Clark.

“La batalla del Fuerte San Carlos”

El 26 mayo 1780, San Luis, con sus fortificaciones aún incompletas, es atacado por una nutrida fuerza combinada británica de soldados e indios.

El ataque se produce en torno a la una de la tarde, sobre la zona norte del puesto. Al aproximarse al mismo los efectivos atacantes, algunos lugareños son cogidos por sorpresa en los terrenos circundantes. Muchos sanluisianos se hallaban dispersos por los campos de alrededor del poblado (es época de la recolección de fresas silvestres), ocupados en sus granjas y cosechas, siendo asesinados o capturados. Los recuentos de víctimas varían mucho, entre algunas docenas a más de cuarenta. Una de las defensoras, la joven maestra de escuela Maria Josefa Rigauche, armada con una pistola y un cuchillo, realizó a caballo varios viajes de socorro desde las puertas de la ciudad, para auxiliar a los que apuradamente se dirigían a la misma intentando alcanzar refugio.

Las mujeres y niños cobijados dentro del recinto fortificado fueron encerrados en la casa del comandante del puesto y defendida por un retén de 20 hombres al mando del teniente Francisco Cartabona.

Los indios llevaron el peso principal del ataque, mientras los soldados británicos permanecían en el combate fuera del alcance de la artillería defensora. Los indios se lanzaron al asalto esperando no encontrar resistencia, con especial furia por parte de los siux winnebagos y santis, con la inoportuna sorpresa de toparse con la tenaz oposición de los defensores. Durante un tiempo prolongado, se intercambia fuego de fusilería por ambas partes, siendo finalmente rechazados por la milicia atrincherada en esa zona.

La artillería con que contaban los defensores resultó decisiva para su éxito, barriendo con su fuego el descampado. A la primera descarga, los guerreros atacantes sacs y foxes abandonaban el campo. Se supone que fue un tal José Calve, otro oriundo sanluisiano de origen francés que traicionó a su tierra nativa a favor de los británicos, a quien se le atribuye el convencer a la tribus sacs y foxes de enviar guerreros a atacar San Luis.

Después de la batalla, en retirada tras el asalto fallido, las fuerzas de Hesse capturaron o mataron a los residentes del área que tropezaron, abandonándose al pillaje y la depredación, llevándose consigo todo el ganado que pudieron y matando al resto. Se estima que curso arriba del Misisipi capturaron al menos a 46 colonos blancos.

No existen balances de bajas en el bando británico, que reconocieron perder 4 indios muertos y otros 4 heridos, lo que se apetece escaso a la vista del fracaso del ataque, presumiéndose que padecieron fuertes bajas. El ataque a Cahokia, en el territorio que los primeros exploradores franceses bautizaron como Illinois, fue también derrotado por los virginianos del general George Roger Clark, al mando del ejército revolucionario americano de esa zona, que dispersó a los indios.

Las bajas propias entre los defensores: 20 muertos, siete heridos y según las fuentes entre 36 y 70 habitantes capturados en las afueras, cuyo trágico final se desconoce aunque se intuye su oscuro destino.

La “batalla del Fuerte San Carlos” se había saldado con una solvente victoria, pero con la guerra declarada, la amenaza británica seguía cerniéndose sobre el territorio. Y tan grande como la preocupación por mitigar la amenaza era el afán de revancha. Justificación propicia para tomar la iniciativa y emprender futuras acciones...


Epílogo tras la batalla

Extractos del informe del intendente de San Luis, D. Martín Navarro, a su excelencia D. Bernardo de Gálvez, Gobernador General de La Luisiana, del 18 de agosto de 1780 (Archivo General de Indias, Sevilla, documentos de Cuba):

“Su excelencia: Mientras estábamos en la creencia de que los ingleses habían sido falsamente acusados de las atrocidades cometidas en la América del Norte sobre gentes de todas clases a manos de varias tribus salvajes que seguían sus banderas, se ha dado la más extraordinaria prueba de tales actos por el capitán Esse, a la cabeza de trescientos efectivos regulares y novecientos salvajes […]”

“[…] El enemigo al fin, viendo que su fuerza era insuficiente contra tal resistencia, se dispersó por el territorio, donde encontraron a varios granjeros que con sus esclavos estaban ocupados en las labores del campo. Si estos lobos hambrientos se hubiesen contentado con destruir las cosechas, si hubiesen matado todo el ganado que no pudieron llevar consigo, este acto habría sido contemplado como una consecuencia de la guerra, pero cuando el mundo civilizado conozca que esta desesperada banda sació su sed en la sangre de víctimas inocentes y sacrificó en su furia a todo aquel que encontró, destruyendo cruelmente y cometiendo las más grandes atrocidades sobre la pobre gente que no tiene otras armas que las de la buena fe en la que viven, la nación inglesa, desde ahora, puede añadir a sus gloriosas conquistas en la presente guerra la de infligir bárbaramente por medio de instrumentos de crueldad, el más amargo tormento que la tiranía ha inventado. […]”


El Bígaro

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