6 de diciembre de 2011

0% Racismo 100% Identidad

El paisaje de Europa está cambiando desde mediados de los años 70 y aquí, que somos exagerados para todo, en materia de inmigración hemos recuperado el tiempo perdido en apenas 15 años. Mi identidad está vinculada a un pueblo, a unos edificios y monumentos, a un paisaje, humano y físico determinado, a un acento concreto, si ese paisaje cambia radicalmente, hay algo como que me parece que no encaja. Nadie debería abandonar su tierra natal por motivos económicos, ni ninguna tierra natal debería de verse alterada por la llegada de quienes no le dieron su fisonomía tradicional. Soy capaz de razonar hasta la saciedad los motivos por los que estoy contra los trasvases constantes de población acarreados por la globalización, pero les aseguro que fundamentar racionalmente estas posiciones no supone para mí más que aportar un fundamento a un rechazo que experimento instintivamente.

Sé que hay en mi posición alguna contradicción. Tengo amigos en prácticamente todas las comunidades nacionales de inmigrantes que hoy residen en España, son buena gente y tan solo piden el lugar bajo el sol que no pudieron disfrutar en su tierra natal. El problema de la inmigración no es ese, sino que se trata hoy de un fenómeno de masas. Conocer a otros individuos de otras razas es siempre algo positivo, pero cuando este fenómeno se convierte en algo masivo e invasivo, se corre el riesgo de perder la propia identidad –esto es, las raíces- como pueblo. Ocurre como con las drogas o la locura. Siempre han existido y siempre se han consumido drogas, pero sólo ahora revisten el carácter de masas; y por eso son un problema. Y en cuanto a la locura o al carnaval han ocupado tradicionalmente un espacio muy pequeño en la vida de los pueblos, tan solo la necesaria para comparar razón y normalidad con locura y desmadre. A tenor de la marcha de nuestra sociedad, hoy, cada día es carnaval y todos compartimos más o menos neurosis. Éste es el problema: que todos los fenómenos de masas generan alteraciones profundas.

Ernesto Milá

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